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En Roma la Fiesta es de todos los sentidos

28 de Septiembre, 2009  ·  Ciudades

El viaje es agotador pero llegar a Roma, adonde se supone que conducen todos los caminos, vale la pena. En pleno verano, con un sol inclemente y ausencia absoluta de nubes, con un cielo de un azul rimbombante, con calles atestadas de turistas de todo el mundo –cada uno con un mapa en la mano y tratando de recorrer más o menos los mismos lugares- la ciudad que una vez fuera la capital indiscutida del mundo ofrece abundante materia prima para todos los sentidos.

Por supuesto que en primer lugar los paisajes y la arquitectura refrescan la vista de un ciego: el río Tíber haciendo su ondulante recorrido por el medio de la ciudad, los pinos y los cipreses nacidos o sembrados de tal forma que uno jura que está metido dentro de un escenario de documental, la llanura de la ciudad interrumpida por las elevaciones de lo que fueran siete colinas –hoy imperceptibles como tales- sirven de marco para lo que el hombre ha venido haciendo, con un gusto exquisito, por más de dos mil años. Los edificios no muestran demasiado vidrio ni son demasiado altos y la fastuosa cúpula de la Basílica de San Pedro en el Vaticano sigue dominando la ciudad, casi cuatrocientos años después de construida...pero magnificencia en las construcciones, armonía en su ubicación y buen diseño, de ese que no envejece jamás, sobran.  La mucha piedra y el mucho mármol se han utilizado para levantar soberbios monumentos, incontables iglesias y graciosos recovecos donde lo antiguo y lo casi moderno alternan sin complejos con lo antiquísimo.

El imperio romano entendió prontamente la imperiosa necesidad de “parecer” como complemento obligado del “ser” y dedicó esfuerzos y dinero a fascinar a propios y extraños con columnas interminablemente altas de mármol eterno para soportar templos y edificios oficiales que tenían que provocar asombro y respeto.

Ni tontos y con tanta urgencia por mostrarse aún superiores a aquella maravilla, los emperadores cristianos y luego los papas demolieron cuanto pudieron y utilizaron los revestimientos y hasta bloques enteros de edificios para levantar los nuevos templos, ya no consagrados a mil dioses sino a uno solo, que además exigía ser considerado como único e inderrotable. Cuando al fin las matanzas y las guerras y las pestes se aplacaron y quedaba tiempo para otras ocupaciones, la cuna de nuestra civilización engendró el Renacimiento y dentro de él las innovadoras mentes de Leonardo y Miguel Ángel, que a su vez provocaron la proliferación de seguidores e imitadores con el consecuente desparramo de arte en cada esquina, en cada detalle, en cada techo. Al entrar en cada iglesia te extasías sintiendo cuán pequeño eres, cuánta paz hay en el recinto, cuánta luz entra a través de los vitrales y cuánta belleza hay en la decoración de los techos y las columnas.

Una importante zona del centro de la ciudad se creó en tiempos en que no eran necesarias las calles para el transporte, así que la gente se movía entre los edificios más o menos alineados pero dejando entre ellos senderos estrechos y nunca rectos ni equidistantes, así que para los que estamos habituados a manzanas más o menos cuadradas y avenidas recorrer esta parte de Roma es como entrar en laberintos que siempre incluyen iglesias (¡no faltaba más!) y restauranticos, uno más acogedor que el otro.

De los tiempos de César y Augusto no queda casi nada: un poco de ruinas de lo que fuera una magnífica ciudad rodeada de colinas que exigen audaz imaginación y el aire impregnado –todavía- de la energía de aquellos tiempos duros y crueles pero fundacionales.

De un poco más acá (o mejor, menos allá) el soberbio Coliseo o las Termas de Caracalla,  tan bellos ahora en ruinas que queda la duda de si completos pudieron ser más espléndidos. De épocas más recientes lo más impactante son las maravillosas plazas: la imponente Piazza Venezia, centro geográfico de la ciudad y origen de las principales avenidas hacia todas partes, justo al lado de la Piazza del Campidoglio que fuera orientada hacia el Vaticano dando la espalda al Foro Romano para reconocer en la iglesia la nueva autoridad, la inmensa Piazza del Popolo engalanada con tantas esculturas, la acogedora Piazza Espagna con su elegantísima escalinata y la Piazza Navona, bella de día pero más bella de noche, de la que no quisieras salir nunca. Para quedarse sin aliento, sin palabras y sin ganas de moverte la Plaza San Pedro, auténtica síntesis de todo lo bello que puede crear el hombre.  

“Competencia” a las plazas le hace la Escalera Cordonata, maravilla de diseño de Miguel Ángel superpuesta sobre lo que fuera el camino de entrada de los emperadores tras sus triunfos en guerras foráneas. La combinación de esta escalera con la Piazza del Campidoglio y sus edificios es de tal belleza y armonía que impuso un estilo luego  copiado en jardines y palacios en toda Italia, Francia…y en todo lugar donde la gente se preciara de buen gusto.

No es menos imponente  la (con justicia)archifamosa Fontana di Trevi, con sus 20 metros de ancho y sus 25 metros de altura, que se amplifican por estar “apoyada” en la fachada de un edificio. A pesar de que los turistas la mantienen abarrotada, logras abstraerte de la multitud y sentir la inusitada combinación de las seis o siete esculturas de personas y las esculturas de caballos con el permanente sonido de las aguas saliendo de sus tantos surtidores. Sin dudas 250 años muy bien llevados.

Al oeste de la ciudad y dentro de esta se encuentra el Vaticano, a unos pasos del Tíber y junto al Castel Sant’Angelo. Será un estado aparte, pero es italiano y romano hasta la médula y en él compiten por la capacidad de quitarte el aliento la plaza y la basílica, los museos y los jardines. Si hay un adjetivo para calificarlo, el único que llega a la mente es “majestuoso”. Entramos desde el puente Vittorio Emanuelle con su escolta de altísimas esculturas en piedra  mientras se disfruta el meandro del Tíber y a la derecha el enorme cilindro del castillo desde cuyo techo se lanzó Tosca al saberse engañada por Scarpia. Luego recorrimos la amplia Vía della Conciliazione, de 500 metros de largo y que desemboca justo en la Plaza San Pedro, fantástica con su enorme obelisco egipcio en el centro, sus fuentes a cada lado de este y sus columnatas de cuatro columnas de ancho dispuestas en forma elíptica y rematadas por nada menos que 140 esculturas de santos. La Basílica, cuya construcción fue financiada mediante la venta de perdones por pecados y  cuya cúpula llega a los 130 metros, encandila los ojos por fuera y por dentro. Tan pronto entras te topas con la “La Pietá” de Miguel Ángel que pareciera escultura pero es carne y telas convertidos en mármol (¿cómo si no explicar la perfección de cada detalle?) y luego cada detalle de su inmensas columnas, cada espacio de su inmensas capillas te hacen dudar de tu capacidad para traducir a palabras lo que está viendo y sintiendo.  Al llegar a la cima de la cúpula la vita no se quiere apartar de los jardines del Papa.

El propio artista logra lo increíble con su Moisés que homenajea a un papa que fuera su mecenas, ubicado en la iglesia de San Pietro in Vincoli, a unos metros del Coliseo. Con sus venas, sus músculos, el gesto de su cara y la ira en su mirada, no deja nada al azar: es perfecto.

Los Museos Vaticanos están ubicados en una longaniza de edificios con una cantidad tal de pasillos abarrotados de pinturas y esculturas que merecerían una semana para disfrutarlos apropiadamente y tienen como punto culminante la indescriptible Capilla Sixtina, donde hay una sola forma de evitar que se agüen tu ojos: cerrándolos y no mirar. Claro que conocer la historia acerca de cómo se pintaron esos techos profundiza la emoción, pero en realidad cualquiera que logre inclinar la cabeza hacia ese techo puede percibir la perfección de los trazos y los colores y la armonía entre cada una de su 21 partes…a fin de cuentas siempre se asocia lo divino con algo que está en el cielo…

Mucho de más para acá la aristocrática Vía Veneto, con sus hoteles, sus fastuosos edificios y su miles de flores alternando con una docena de restaurantes al pie de la calle bien al aire libre o bien dentro de espacios cerrados con cristales para ver hacia afuera y dar envidia a los transeúntes.

En una punta de esta calle y para balancear los edificios con la naturaleza está el maravilloso parque de Villa Borghese, con paisajes diseñados evocando el gusto inglés, caminerías de arcilla, fuentes maravillosas y museos que invitan al descanso en medio de la belleza. Pasear entre sus árboles y esculturas, pasar al lado e incluso meter los pies en el agua fresca y limpia de alguna de sus preciosas fuentes no sólo refresca la vista sino que además llena de paz y de admiración ante la maravilla de la naturaleza. Si además aprovechas el tiempo para montar bicicleta alrededor de la Piazza di Siena con su trazado para eventos ecuestres, remar un rato en el super acogedor lago al pie del templo de Esculapio o refrescarte en alguno de sus cafecitos, el día te sale simplemente impecable.

A la belleza de las formas y el diseño, que llega a la mantelería y hasta las piezas de baño de los restaurantes y cafés, se une el festival para el paladar que es comer en Roma. Sin grandes complicaciones ni demasiados ingredientes pero con generosidad en el aceite de oliva, los vinos, los quesos y los embutidos, la gastronomía satisface cualquier exigencia: las pastas perfectamente “al dente”, con salsas que no necesitan más ni menos de lo que ya traen, las pizzas delgadas y de suave crujir adornadas por tomates absolutamente rojos, los helados de mil sabores (hasta de Viagra…) y las variadas formas de preparar el fuera-de-serie tiramisú, esa fabulosa mezcla de café con chocolate y torta y que cuando viene acompañada de un “gelato” es para repetir una y otra vez. Para acompañar el almuerzo o la cena en el tan caluroso agosto no hay que pedir nada especial: el vino “de la casa”, tinto o blanco, es más que buena opción en calidad y precio.

Para completar lo bueno, la gente. En medio de tanto te topas con los italianos, la mayoría de ellos delgados, muchos de ellos de tez originalmente clara pero con la marca de color que deja el sol implacable del verano. Los meseros  son habitualmente muy serviciales y habladores y es notorio su interés en que el comensal se pase un rato agradable allí, quizás porque han entendido que así lo pasan ellos también. En general es palpable la satisfacción que sienten por su hermoso país y con frecuencia te recuerdan que tal o más cual sitio es Patrimonio de la Humanidad. Y además te lo dicen en el musicalísimo idioma italiano…

A esta misma gente se le ocurrió utilizar las ruinas de las Termas de Caracalla para presentaciones artísticas. Allí donde hace unos años se presentaran por primera vez juntos los Tres Tenores apreciar un espectacular montaje de la ópera Carmen, con sus certeros protagonistas, sus cientos de artistas en escena, su vistosos trajes y su impactante escenografía bajo un cielo que de azul pasó a azulísimo oscuro sin una nube pero con luna llena resulta una experiencia única e inolvidable.

Y también crearon el festival “Roma en verano es una fiesta” aprovechando uno de los más bellos recodos del Tíber donde la larga y estrecha Isola Tiberina se cuela para crear un escenario natural envidiable. Las orillas del río a lo largo de unos 300 metros se colman de restaurantes de todo tipo, cafés y tienditas de cuanto hay y en la noche la islita acoge varios “cines” al aire libre donde se pasan las películas italianas de siempre.

Si, pasar unos días en Roma te garantiza una experiencia sensorial completa.

¡Claro que merece la pena Roma! …¡es que todos los caminos, en definitiva, SALEN de ella!
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publicado por lobelloesvida a las 14:22 · 1 Comentario  ·  Recomendar
 
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Comentarios (1) ·  Enviar comentario
Leer este artículo y sentir que se ha visitado Roma con uds.,parece casi lo mismo!!!
publicado por Carmen María, el 24.09.2009 02:00
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