Cada vez que pienso en Moscú se me atropellan los recuerdos de lugares maravillosos y fácilmente adjetivables como "grandiosos" o "enormes". Y es que el determinismo geográfico existe, claro que si: para gente habituada a espacios sin límites, a planicies que se extienden a todo lo amplio que alcance la vista, es bien difícil que se les venga a la mente la necesidad de restringirse. No lo hicieron en arquitectura como tampoco en música o en literatura.
La historia también ayudó: cuando el mandamás primero de las Rusias adoptó como título el de "César" - que en ruso quedó como Tsar - fue porque quería emular la grandeza de los emperadores romanos en territorios y en obras.
Con ganas de hacerlo todo en tamaños colosales y con el espacio y los materiales para hacerlo, por qué pensar en pequeño? Son tan importantes estos factores que afectaron por igual a propios y a cuanto forastero se aventuró al norte de Europa.
Así que resulta "grande" todo cuanto recuerdo de Moscú, desde la sobrecogedora plaza que conservara su nombre aunque la palabra usada para ello cambiara de significado - de "bella" a "roja" - hasta los muchos edificios, palacios, teatros, jardines y parques de la ciudad.
El nombre le viene del río que la atraviesa de sureste a noroeste en un recorrido de unas veinte curvas pronunciadas, lo que origina vistas preciosas desde una margen a la otra. En verano es navegable y un paseo en algunos de los barcos de paseo es algo que se disfruta plenamente, mientras que en invierno se congela, dejando atrapados a los barcos que no han sacado y a los que puedes tocar "caminando sobre el agua" hecha hielo. A veces te encuentras moscovitas encantados de abrir un hueco y ponerse plácidamente a pescar, muy sentaditos ellos en unos tabureticos, como si la temperatura fuera de 25 grados.
La Plaza Roja , ubicada en el centro de la ciudad y en una posición envidiable con respecto al río, es una lección de historia en sí misma. De forma rectangular, la limita una de las más largas de las murallas de ladrillo del Kremlin rematada en cada extremo por dos de sus más fastuosas torres de estrellas de oro y rubí, que te obligan a pensar en los enormes esfuerzos para protegerse de tantos y tan peligrosos enemigos. Frente a esta pared el enorme GUM, el centro comercial de más de mil tiendas con su fachada gris de casi 250 metros de largo y de arquitectura tan rusa como la que exhibe el imponente Museo de Historia en otro de los lados. Por último la Catedral de San Basilio, con sus cúpulas abulbadas que atestiguan la ocupación tártaro-mongola del país por 300 años. Si alguien deseara sentarse en la plaza para admirarla y absorber su energía, sin dudas debería hacerlo mirando hacia esta inigualable iglesia.
Del otro lado de la muralla está el Kremlin repleto de lugares magníficos, desde sus cuatro catedrales y otros tantos palacios hasta sus museos, uno de los cuales, la Armería, deja sin aliento en cada uno de sus salas dedicadas a mostrar las coronas, cetros, joyas, armas y hasta carruajes de los zares, todos repletos de piedras preciosas, sin contar sus espaciosos jardines y plazas. A un costado de las murallas el precioso jardín de Alexander con el espacio reservado a la llama eterna junto a la tumba del soldado desconocido, uno de los lugares más sobrecogedores y solemnes que se puedan visitar.
Este par de maravillas es solo el abrebocas de esa espléndida ciudad, que se va abriendo en círculos concéntricos desde ellas. Más cerca la plaza de los teatros, a medio camino entre el Bolshoi (grande) y el Malii (pequeño) y saliendo en radio desde allí calles tan llenas de sabor ruso como la Tverskaia -en mis tiempos de estudiante "Gorki"- que va derechita hacia el noroeste y está repleta de cafés, restaurantes y hoteles o la Arbat hacia el oeste. Siempre me llamó la atención el "Anillo de Jardines", una calle perfectamente circular que quizás alguna vez marcó los límites de Moscú a un par de kilómetros de su centro. También resalta la gran cantidad de esculturas desperdigadas por doquier y dedicadas fundamentalmente a los principales personajes de la historia y las artes rusas. De esa parte más cercana al Kremlin recuerdo la exquisita cocina de los restaurantes Budapest, a unos metros del Bolshoi y Arbat, al comienzo de la que era la Avenida Kalinin y donde donocí el espectacular pollo a la Kiev.
Al terminar la Kalinin -ahora creo que Nóvaya Arbátskaya- está uno de los meandros mejor aprovechados del río con los hoteles Mir (de los 70s) y Ukraina (de los 50s, uno de los "siete hermanos") frente a frente y luego hacia el oeste la "Casa Blanca", metros antes del precioso hotel "Mezhdunarodnaya", cuyo lobby campestre me impactó tremendamente. Más al oeste han construido un grupo de enromes rascacielos de oficinas que, según las fotos, son tan imponentes como casi todo lo de esta capital.
Justo al sur el acogedor y espacioso Parque Gorki precioso en primavera de miles de flores, hermoso en invierno de un metro de nieve. Más al sur la espectacular Universidad Lomonosov presidiendo una de las pocas colinas de por allá, frente al estadio olímpico desde donde salió volando el osito Misha y cerca del entrañable Circo Nuevo, donde vi varias funciones que nunca podré olvidar. Al oeste la amplísima Avenida Kutuzov con su Arco de Triunfo, su Plaza de la Victoria y su Museo panorámico dedicado a la victoria sobre Napoleón en la llanura de Borodino. Los rusos, dice un poema que luego fue canción, no quieren la guerra, pero han sufrido tantas y tan terribles que mantienen muchos monumentos para que sea imposible olvidarlas. Al fin siempre el "general invierno" los ayudó, pero el espantoso costo en vidas es impagable...
Al norte la exposición de logros de la economía (VeDeEnJá) de abigarrados pabellones y fuentes inimaginables, al final de la Avenida de la Paz y al lado del monumento a la conquista del espacio, del precioso edifico del hotel Kosmos y de la espigada Torre de televisión de Ostankino, cuyo restaurant y mirador a más de 300 metros de altura nunca entenderé por qué nunca fui
Claro que para visitar todos estos lugares utilicé el Metro, del que dicen es el más bello del mundo y no tengo como comprobarlo, pero no lo dudo. En la mayoría de las estaciones de la parte central de la ciudad los pisos, techos y esculturas resultan simplemente fascinantes. Mis preferidas?: Plaza de la Revolución y Mayacovskaya.
Más allá de lo hecho por el hombre Moscú es una ciudad que rinde culto a la naturaleza y al arte, con parques pequeños, medianos o grandes que se utilizan muchísimo para picnics en verano y para el hockey y el esquí en el duro y largo invierno y museos y galerías simplemente fascinantes. Entre ellas la Galería Tretyakov, un impactante edificio ubicado en uno de los más antiguos distritos de la ciudad y con una colección de arte ruso de todos los tiempos de excepcional calidad. Allí sorprenden la belleza de los paisajes de Aivasovski y una obra colosal de Ivanov representando la aparición de Jesús al pueblo a la orilla del río Jordán, con sus casi 30 personas a tamaño natural...se podría ir hasta Moscú sólo por ver esta colección. O la del Museo Pushkin, con su réplica del David y tantas obras del arte egipcio y europeo, grandes maestros incluídos. Si me matan no logro recordar dónde estaban las varias galerías de arte contemporáneo que visité y que me parecieron magníficas en sus obras, la museografía y en la curadoría de las exposiciones.
En la música es notoria la predilección -y la ostentación- de los rusos por Tchaikovski: la sala de conciertos del conservatorio con su nombre es una joya de acústica y las producciones en el Teatro Bolshoi son por todo lo alto, especialmente para El Lago de los Cisnes o las óperas de mi ilustre tocayo. En poesía tienen a su propio dios: Pushkin, a quien recitan desde niños. Y es asombroso descubrir el grado de conocimiento que tiene casi cada persona, por corta edad que pueda tener, acerca de estos pilares de la cultura rusa.
Dicen que los rusos no se abren mucho a los extranjeros, de quienes la historia les ha enseñado a desconfiar. Sin embargo mi origen me abrió enseguida la mayoría de los corazones de cuantos conocí. Gente noble, amigable, que para mi gusto disfrutan demasiado la tristeza pero que son capaces de divertirse y hasta de pasarse de divertidos. Gente que ama la armonía, la belleza, la naturaleza, que recita poesías y escucha conciertos, que trata de aprender a vivir en un mundo con muchas otras culturas. Gente que ama los deportes y con frecuencia los hace, que gusta de una buena pintura y de un buen vaso de vodka o de coñac. Gente que me hizo sentir gente, por cinco maravillosos años, uy, hace ya tantos años...
