El que ha caminado por calles de La Habana, Buenos Aires, Ciudad de México o Bogotá, por poner ejemplos, al hacerlo por las calles de Madrid siente como que ya ha estado allí varias veces. Y si ha comido jamón, croquetas, arroz, frijoles o tortilla, visitar esa capital es dar rienda suelta a sus mejores recuerdos gastronómicos.
Si alguna vez te has emocionado al ver el taconeo apasionado de una bailaora de flamenco o al oír el cantar del cante jondo, pasar la noche en un tablao flamenco como el de Las Carboneras te llena de fuerza y te hace batir las palmas como si toda la vida no hubieras hecho otra cosa que acompañar esa música.
Y es que no queda duda de que a España la llevamos en la sangre y en los genes que originaron nuestras papilas gustativas, nuestros ojos y nuestros oídos. Sin embargo, Madrid hace gala también de su ubicación europea y no por sus edificios o sus instituciones, sino por el día a día de su gente: la ciudad es limpia, los choferes respetan a los transeúntes y todos a los semáforos, los motociclistas no parecen salidos de un manicomio, las elegantísimas vidrieras de la importante calle Serrano o de la mas humilde calle Hermosilla están iluminadas toda la noche y no precisan de rejas, la basura siempre va a los cestos, los servicios básicos funcionan de maravillas, la red de transporte es tan amplia como efectiva, las estaciones del metro son bien iluminadas, limpias hasta el arrebato y hacen gala de una señalización perfecta, los taxis tienen taxímetro que funciona y los autobuses llegan a sus paradas en las horas que indican las pizarras electrónicas.
Nos hospedamos a cuerpo de rey en el Gran Hotel Velázquez, que toma su nombre de la distinguida calle donde se ubica en el corazón del barrio de Salamanca, evidentemente de lo mejorcito de la ciudad. A pocos metros lo teníamos todo: tiendas maravillosas, bares, cafés y restaurantes elegantes y muy bien puestos, agencias bancarias, paradas de autobús y de taxis, estaciones de metro.
Caminando llegamos y visitamos varias veces la imponente Puerta de Alcalá en medio de esta preciosa y tan famosa calle, la cercana rotonda con la fuente de la Diosa Cibeles o la no menos impactante fuente de Neptuno, ambas en un Paseo del Prado amplio y de altísimos arboles. La enorme cola nos hizo renunciar a entrar al Museo del Prado, así que caminamos un poco mas para llegar al Reina Sofía y deleitarnos allí con muchos Picassos, Miro, Dalí y, claro que si, extasiarnos ante esa tan fiel representación del horror de la guerra como lo es el Guernica.
Como fuimos por fin de año hicimos lo que los madrileños: esperar el 2012 en la Puerta del Sol a comernos doce uvas con las campanadas de su carrillón y a tomarnos nuestra botellita de cava, ataviados con unas pelucas que nos dio por ponernos desde el día 30 para ganarnos las miradas de propios y extraños y los piropos de cuanta mujer se nos cruzaba. El lugar no pudo ser mejor escogido para celebrar, pues en la zona que rodean el Sol y la cercana Plaza Mayor abundan las tascas y los restaurantes, ofreciendo tapas aquí y tapas allá, una mas sabrosa que la otra…uy, esos pimientos de piquillo de un rojo imposible de igualar, esas croquetas cremosas, suaves y repletas de sabor, ese jamón serrano o (palabras mayores) de bellota…dígame usted de esas tortillas perfectas, o esas papas bravas fritas en trozos con salsa picante, o las chistorras, o las gambas que es como llaman allá a las que seguramente son las hermanas mayores de nuestros conocidos camaroncitos. En uno de esos cientos de restaurantes fue donde descubrí que el lomo del bacalao relega a la cherna o al pargo a la categoría de pececito y que “un poquito” de natilla puede alimentar un batallón…
Las iglesias son monumentales, altísimas y hay una cada unos cuantos pasos, como cabía esperar. De ellas sobresale la elegante Catedral de la Almudena, justo al lado del enorme Palacio Real y al pie de la Plaza del Oriente, lugares que logran conectarte con lo mejor de los logros en diseño arquitectónico.
Pero si de religión se trata, por supuesto había que ir al Templo Mayor y centro de la pasión más ferviente por esas tierras: el estadio de futbol Santiago Bernabéu, al que describí sin titubeos como el set de televisión más grande del mundo. Ubicado al norte de la ciudad, casi al final del Paseo de La Castellana y antes de llegar a la moderna, amplia y funcional terminal de trenes de Chamartín, la sede del Real Madrid ofrece un tour que es una muestra de que todo lo que se mercadea bien…se vende bien. Accedes a las gradas por su parte mas alta para que te impresione la combinación de colores entre el intenso verde del gramado y el azul de los asientos en un edificio cuadrado con ángulos redondeados y luego vas bajando, acercándote poco a poco al impecable campo, cuidado como la gallina de los huevos de oro que es. El museo se regodea mostrándote la enorme cantidad de trofeos alcanzados por un equipo que es parte indeleble de la historia de ese deporte. Y el recorrido termina –como iba a ser si no- en una enorme tienda donde hay de todo lo relacionado (o no) con el Real Madrid.
Los domingos la gente va a El Rastro y nosotros fuimos: cuadras y cuadras de estanterías con ropa o artesanías en piel y tascas y cafés rodeándolo todo. Las calles por esa zona del antiquísimo Lavapiés son muy empinadas y eso te permite apreciar la multitud de curiosos que lo visitan y. eventualmente, compran. Veníamos del Parque de El Retiro, un remanso de paz y colirio natural en pleno centro junto al Prado. Las calzadas bien adornadas con arboles altos y elegantes, los jardines inteligentemente diseñados, las muchas fuentes brotando agua alegremente y el precioso estanque fueron antesala del Palacio de Cristal, una construcción en forma de cruz a la que faltara un lado frente a un estanque donde los arboles salen del medio del agua y los cisnes y los patos nadan alrededor de un potente chorro vertical. Allí, frecuente sede de exposiciones, nos quedamos pasmados al introducirnos dentro de una obra que también en cristal, pero azul, reproduce a una escala ligeramente menor la propia fisionomía del palacio.
Mayor que El Retiro, aunque menos impactante, esta Casa de Campo, al oeste y después de cruzar el mas bien modesto Rio Manzanares. Llegamos en el eficiente teleférico, que nos sirvió para enterarnos de interesantes curiosidades de la ciudad y verla en una impresionante panorámica.
Y cuando ya parecía que no había nada que nos pudiera sorprender, dimos por casualidad con un restaurantico medio escondido en Salamanca, el Rincón de Goya, en el que entendimos que las buenas croquetas pueden ser superadas por todavía mejores, que el solomillo puede picarse con el tenedor, que el bacalao puede ser el rey de los pescados y que los dátiles son una increíble forma de cerrar una cena inolvidable…”lastima” que nos los “arruinaron” con unas trufas de chocolate que ya eran buenas, ¡pero que obsequiadas supieron mucho mejor!
Si al leer te parece que caí rendido a los encantos de Madrid…¡estas en lo cierto!
