A pocos metros de la Plaza Mayor de Madrid el Mercado de San Miguel encierra en un área más bien pequeña todos los colores y sabores que uno pueda imaginar. No importa por donde entres ni el día que vayas, siempre encuentras el gentío curioso que no logra evadir el consumo de alguno de los manjares que se ofrecen allí con impune descaro. En esta esquina unos frutos y hortalizas de colores inverosímiles, rebosando frescura y tamaño, por acá los jamones y embutidos cuelgan apretados o son rebanados para servir en tapas fabulosas o para llevar en trozos por los embobecidos compradores, al lado del puesto de cremosas croquetas de mil sabores y antes de llegar a las trufas y otras delicias de chocolate.
Por este otro pasillo las tapas de encurtidos donde pinchos de gambas con cebollas y aceitunas atraen la mirada de los visitantes, junto al kiosco de almejas y cerca de las tortillas perfectamente cocidas, gordotas ellas y jugosas. Allá al final no puedes obviar los dulces de harina que se ven tan apetitosos que olvidas dietas y colesteroles, ni mucho menos los tragos de todos colores preparados con Martini y presentados humildemente en largas copas diseñadas por Dolce y Gabanna.
Para ser un mercado, el de San Miguel es bastante inusual: hay tantas mesas y taburetes como mostradores de alimentos y bebidas, a sabiendas de que tal festival de atracciones gastronómicas obliga a probar y a compartir con los amigos o los desconocidos, no importa que hayas desayunado hace un par de horas, como nos paso…una vez mas. Así que advertencia: en esta capital no importa cuan valientemente hayas decidido no sucumbir a las tentaciones de la comida en sus restaurantes o cafés, si vas al San Miguel, juégatela que pecas.