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Moscu en Sueños

04 de Octubre, 2011  ·  Ciudades



…que toda la vida es sueño

y los sueños, sueños son…

 

He tenido pocos momentos tan emocionantes como visitar el Parque Temático Interactivo “Sueños”. Está ubicado siempre cerca de uno y basta con desearlo mucho para poder acceder a él, solo que a veces resulta complejo darse de cuenta de ello.

Como “Tema de Preferencia” elegí  LUGAR INOLVIDABLE DE TU JUVENTUD y marqué –porque no podía ser de otra forma- Moscú.

Me dio por viajar en una línea que no había utilizado –Iberia- y lo hice en un avión gigantesco hasta Madrid y otro algo menor de allí a la capital rusa.  Escogí los asientos de mi preferencia para tener espacio suficiente, cercanía a la puerta y al pasillo para moverme más fácilmente. La guinda del trago fue que coloqué una cámara de televisión en lo alto de la cola para ir viendo en la pantalla frente a mí todas las maniobras de despegue y aterrizaje. Me serví comida sana y sabrosa y la acompañé con vino blanco español.

Ya en mi destino, al tratar de construir todo según mis recuerdos, hubo algunos edificios que no me quedaron tan bien pintados y probablemente exageré inventando largos túneles y vías entrecruzadas donde hace años simplemente no los había, pero lo más interesante fue que me dio por transformar el esquema de las estaciones del metro –que me quedaron de lo más elegantes para no desentonar- en algo muy parecido a una tabla repleta de puntos por toda la ciudad, como si hubiera sido hecho por tiros de una ametradallora loca.  En las zonas de la superficie que más conocía no hice grandes cambios, pero aproveché que el suroeste fue la parte menos visitada por mi cuando estudié para añadirle inmensos edificios de apartamentos, unos excesivamente lujosos y otros descaradamente altos y cubiertos totalmente de vidrio, sin darme cuenta que con las temperaturas extremas de esa capital hacer fachadas similares es algo simplemente imposible.

 

Por allá por la Avenida Kutuzov y cerca del Arco de Triunfo -erigido para celebrar el rechazo a las tropas de Napoleón- pinté un parque inmenso dedicado a todos los que tuvieron que defender a Rusia de agresiones externas durante casi 130 años seguidos.  Le ubiqué un museo amplísimo en cuyo centro diseñé una escultura que me quedo parecida a La Pieta en San Pedro, solo que sustituyendo a Cristo por un soldado ruso recién caído. Como colofón se me ocurrió un salón circular de quizás unos 10 metros de altura, presidido por una estatua de un combatiente marchando a la victoria y lo suficientemente amplio como para que sus paredes estuvieran grabados los nombres de los miles de personas que ganaron a base de valor la condecoración de Héroe de la URSS en la que allá llaman –tan justamente- La Gran Guerra Patria.

Amplié notablemente las calles y avenidas, que ya entonces eran desmesuradas, y las llené de carros nuevos hasta el extremo de crear colas taponadas. Dejé algunos Ladas y Volgas y me entretuve poniendo ingentes cantidades de Mercedes, Volvos, Lexus, VW, Hyundais y de cuanto hay.  Hasta limusinas puse…A la famosa e interminable fachada de la Universidad Lomonosov como que le agregué varios metros a cada lado y le coloqué cuidadosamente muchas luces para la noche. Me imaginé que cada cierto tramo encontraba hermosas construcciones dedicadas a hoteles de cadenas internacionales, algunas con arquitectura ultramoderna y otras con un logrado efecto de imitación a las torres de los siete edificios que erigió Stalin en los 50s. Pinté el Bolshoi con los colores que dicen debía estar pintado, arreglé todas las calles aledañas con todos sus otros teatros y las abarroté de cafés y bares para que a la salida de las funciones la gente pudiera escoger entre bello y bellísimo y entre acogedor y espectacular. Dejé intacta casi toda la Plaza Roja  -no pude evitar emocionarme al entrar y disfrutar ese espacio único en el mismo centro de esa ciudad única-, reconocí cada uno de sus adoquines, limpié cada detalle de la Catedral de San Basilio, hice sonar el carrillón de la torre Spasskaya y convertí al GUM en un centro comercial lujosísimo, donde se me antojó  sentarme en un bar superchic a tomarme un coñac francés.. Reubiqué el cambio de guardia de la puerta del Mausoleo de Lenin a la Tumba al Soldado Desconocido y me quedó tan perfecto y me estremeció tanto el homenaje que se me aguaron los ojos.

Me metí en un Kremlin al que le arreglé y lustré cada una de sus múltiples cúpulas. Me puse jodedor y creé unos tipos que deambulaban por allí aparentando ser Lenin, Stalin y hasta el Emperador Nicolás para ganarse la vida tomándose fotos con los turistas.

Convertí la calle Arbat en un boulevard precioso, con tiendas de lujo y de suvenires, cafés y bares, alguna que otra sala de teatro y estatuas y placas de homenaje a los artistas y escritores que por allí vivieron: Pushkin, Turgueniev, Scriabin…Adosé a uno de sus extremos el restaurante Praga, al que devolví todo el glamour y el lujo del que ha dispuesto durante más de ciento cuarenta años.

Sabiendo que los rusos son un pueblo bien profundo incluí en algunas esquinas pequeñas y medianas iglesias ortodoxas con sus típicas cúpulas abulbadas y donde estuvieron las piscinas al aire libre a unos metros de la muralla del Kremlin re-levanté la Catedral de Cristo Salvador en una versión impactante y majestuosa de lo que fue hasta 1931.

Claro que recreé en “Mi recorrido favorito” el que va desde el Pishevoi –al que ahora llamé nada menos que Universidad- hasta la residencia estudiantil.

Eso sí, quité la nieve y enderecé un poco el árbol contra el que siempre pensé que me iba a golpear la cabeza. Como elemento simpático mi Decana me recibía en su despacho con té y chocolates y hasta salía a los pasillos y me presentaba a los estudiantes actuales como si fuera un trofeo de guerra...

De todas maneras hice otras visitas y, por ejemplo, aunque en la vida real nunca lo hice ahora subí a los 337 metros de la torre de televisión de Ostankino –bien al norte- y para más escogí la hora del paso de la tarde a la noche. Sin embargo, me pareció que estaba muy alto, pero un poco lejos de lo más importante de la ciudad y me trasladé entonces al sur, a las Colinas que para evitar incongruencias dejé de llamar “Lenin” para llamarlas “Gorrión”, justo el ave que más abunda por allá. De nuevo la vista era fantástica pero algo alejada de lo que yo creí era fundamental y entonces en pleno Anillo de los Jardines, la más bella de las calles circulares moscovitas, construí un hermosísimo hotel de tres torres diferentes,  a una de las cuales levanté hasta los 33 pisos, le di forma cilíndrica, la cubrí de vidrios y le instalé encima un precioso bar restaurante con una vista de 360 grados a menos de tres kilómetros del Kremlin y que de paso imaginé como uno de los diez más famosos del mundo…

Hice un magnifico tiempo para solazarme con un recorrido por el rio Moscova y ver desde el barco la variada arquitectura y la magnificencia del otoño en la multitud de árboles que pasaban de verdes a naranja tras atravesar toda la gama de amarillos y rojos. Cerca del Park Kulturi y en medio del rio metí un colosal monumento a Pedro el Grande de como cien metros de altura y casi al final del paseo se me ocurrió que debía aprovechar unos espacios vacíos e inventé un centro financiero al que pomposamente llamé nada menos que Moskva-City, con enormes torres de vidrio de qué-se-yo como 60 o 70 pisos de alto llenando un área de unas 60 hectáreas.

Nada habría valido la pena si no hubiera dedicado especial atención al tema “Anfitriones”. Para asegurarme de que todo saliera perfecto escogí como personaje central a Andrei Smirnov, a quien casé con una tímida pero muy hospitalaria rusita a quien bauticé Olia y hasta le puse un hijo al que llamé Pavel. Los puse a vivir en una zona rodeada de un precioso bosque al noreste de la ciudad y les añadí una dacha –que me quedo espectacular!!!- bastante cerca. Cuidadoso de los detalles como el Andrei de hace treinta años, pienso que a veces se me fue la mano haciéndole dedicarme tantas atenciones para que yo me sintiera en verdad alguien muy importante. El colmo es que la opción “grado de confianza” marqué “máximo” y con ello hice que Andrei primero y hasta Olia después me consultaran algunos asuntos familiares. Con ellos tomé toda la vodka del mundo sin emborracharme y comí por horas sin llenarme. Convertí a mi amigo de Komsomol a creyente y lo hice ir conmigo a algunas iglesias para dedicar unos minutos a quienes siempre me acompañan a dondequiera que yo vaya.

Al tratar de incluir en el grupo a Serguei Nikiforov parece que no pulsé bien alguna tecla porque no se me dió. De todas maneras logré incluir a Alexander Nadiev, que me quedó tan simpático y fanático de la música como siempre, aunque un poco más gordo. Conociéndolo,  le atribuí una bella esposa pero como cuarta en su lista de matrimonios, que debe ser el último porque ella también me salió profesora de solfeo, un apartamento pequeño, confortable y lleno de instrumentos musicales y un chiste cada cinco minutos. Aprovechando que nos conocimos menos provoqué una visita a su casa para ponernos a cantar todas las canciones que me sé  y hasta las que no  me sé, que en definitiva para eso sirve la magnanimidad de los amigos.  En un arrebato de atrevimiento coloqué en “Regalos” de Sacha a mi una memoria externa para computadora donde me había grabado nada menos que una colección de películas, canciones y muñequitos de mi época soviética.

Claro está que todo el viaje lo hice en ruso, que salía de mi boca como mi lengua materna, como si hubiera un interruptor cerebral al que con hacer clic pasas de un idioma a otro sin problema alguno. Le incluí acento moscovita para que todos en esa ciudad me entendieran hasta los dichos costumbristas. Y al cantar me atribuí la capacidad de no soltar ninguna nota falsa.

Wow, que aventura! Me sentí importante, capaz, querido, inteligente, comelón, bebedor, joven…Y que caray, para eso son los sueños, no?

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publicado por lobelloesvida a las 15:47 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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