Llegaste cuando nadie te esperaba y fue el mejor regalo que nos hicieran papi y mami a Rosy y a mi: una muñeca de verdad, tan calva, tan redonda, tan amarilla de tanta calabaza que comiste. Estábamos jugando yaquis al lado de tu cuna cuando "hablaste" por primera vez con aquel osito de plástico rojo con el que te entretenías mientras veíamos televisión cuando nos dejaban cuidándote. Estábamos al lado tuyo, desesperados en el "José Antonio" y en el "Coppelita" de 12 y Calzada cuando te dieron aquellos desmayos que casi nos matan del susto; sentados a la mesa al lado de tu coche el mediodía en que abuela Blanca convirtió lo que había en el suelo, justo debajo de ti, en "aguacate" allá en Varadero y en la calle 23 delante del cine Riviera cuando descubriste que "las luces caminan".
Es que más que nuestra verdadera muñeca fuiste como nuestra hija. No te imaginas con cuánto placer iba semana tras semana a 17 y K a buscar las cosas de tu fórmula basal. Más pronto de lo que hubiéramos querido dejaste de ser la bebita, pasaste corriendo los años de cuyas fotos no hay quien te distinga de Rosy y llegaste a tu extraordinaria belleza que tanto me confundió que no pude ver, por años, que eres aún más bella por dentro.
Tanto tiempo consentida, cómoda en tu papel de la más pequeña y además con "limitaciones" por la enfermedad, tuviste que trabajar mucho más que los demás para demostrar tu valía, para convencer de tu independencia y tus habilidades a quienes casi no queríamos verlo, porque era verte crecer. Y hete ahí, convertida en la mujer orquesta que todo lo resuelve, toda solidaridad y desprendimiento, toda madurez y fuerza, empeñada en repartir entre los tuyos cuanto pueda caer en tus manos. Sólo que -te advierto- no conseguirás algo material en suficiente cantidad como para sobrepasar lo que prodigas en amor.
Lo lamento, Sonita, pero no puedo dejar de pensar que eres la pequeñita "culi" del osito rojo. Aunque -claro-aún lamento más no poder encontrar la frase adecuada para decirte cuánto te admiro.

Caracas, 1998