Hace muchísimos años Papi y Abuelo Pedro me llevaron por primera vez a la pelota. Y será porque todos los domingos yo veía a Roberto Yepe horas y horas delante del televisor sin entusiasmo aunque sin perder detalle, o porque la tele en aquél entonces era en blanco y negro y las transmisiones más rígidas que una pata de palo, lo cierto es que no tenía las más mínimas ganas de ir a un estadio a ver "aquello". Así que desde que entramos a los torniquetes de acceso empecé con una de mis perretas, de esas que - aunque algo distintas en su forma - todavía me dan. Y no tuve consuelo hasta ver y comprender que no estaba presenciando a un grupo de hombres extrañamente embelesados con una pelotica blanca de qué-sé-yo diez centímetros de diámetro, sino que estaba viendo, por primera vez que recuerde, un espectáculo.
Las miles de personas que me rodeaban, los colores de las gradas y de las banderas, la emoción por ver un Juego de las Estrellas (¿?) y las mil explicaciones de mis acompañantes me hicieron caer en cuenta de todo. Así que cuando Tony González, "que es el short-stop de nuestro equipo, los Industriales, y que está de champion bate en este momento" se paró a batear abriendo aquél desafío, ya yo había quedado tan enamorado de la pelota como tantos millones de cubanos.
Claro que de casta le viene al galgo: Mami había sido hasta mascota del equipo de Juan Ealo y ya creo que hasta en la prensa ha salido la anécdota de los hermanos llevándola a ver un juego dominical con un sol de 35 grados y un abriguito negro, mientras que Papi había sido almendarista de pura cepa. ¿Por qué extrañarse entonces de las tantas noches en que casi que "acampábamos" con cena y todo en el palco sobre el dogout de primera base?.
Después fui mil veces al estadio, persiguiendo los buenos juegos o los jugadores más estelares, esos de los que tenía postalitas y fotos. Y cuando la hepatitis me tuvo tres meses en cama compartí mi convalecencia entre los libros de literatura, las clases por televisión, los batidos de trigo...y la pelota. Hasta aprendí las reglas de anotación y le agarré un especial gustico a llevar los resultados en pizarras de cartulina. Incluso participé - todos fuimos - varias noches en la reconstrucción del estadio para aquél campeonato mundial. Tanto orgullo me dio que se lo mostré como mío a Abuelo Pedro un par de días antes de que nos dejara. Todavía hace unas semanas hicieron a un grupo de compañeros de trabajo una pregunta - encuesta acerca de las siete formas de llegar a primera y fui yo quien acertó.
Así que saber que mi niño Arielito fue de verdad al Latino (para no contar la vez que estuvo-pero-no-estaba) me emocionó mucho. Y si no lamento no haberlo llevado yo es porque fue mejor acompañado que si hubiera ido conmigo. Me lo imagino, discutiendo con y sin sentido pero metido en el juego y justificando a los Industriales de siempre. Bravo, Api!!! Ahora tienes, además de la música, un nuevo amor. Te va a durar siempre, te va a dar miles de alegrías y varias caras tristes, como todo lo que se quiere de verdad. Y disfrútalo, que no hay nada como un buen juego de pelota.