Realmente a los seres humanos nos encanta quejarnos de cualquier cosa, incapaces de reconocer cuánto bueno tenemos. Y hasta nos damos el inmenso lujo de angustiarnos por cosas que, bien miradas, son simplezas, boberías.
Acaba de llegarnos una princesa, ni más ni menos. No de las que salen en la revista Hola, que son mujeres que han nacido en medio de la algarabía general por tener un nuevo motivo de chismes para rato, no. De las que son princesas porque reinan en los corazones de quienes la adoran porque son la extensión natural de la familia. No tiene sangre azul –menos mal- sino bien roja, pues rosada es su piel y rosada luce cada vez que la visten. Su piel es tan fina que a veces, solo de llorar, se pone mucho más rosada. No importa que el labio superior sea el de Fide y que el inferior sea el de Sonia, ni que tenga las manos parecidas a los Rodríguez o la nariz de la madre...es un regalo que nos ha tocado a nuestras familias simplemente por ser más o menos buena gente que no le hace daño a nadie.
Sammy, que es un niño y los niños no pueden no ser sinceros, ha reconocido como algo especial a su hermanita y le ha hecho lo que no ha hecho con nadie: darle caricias y besos con cara compungida, como quien sabe que está tocando ni más ni menos que un nuevo milagro de la naturaleza o –para quien lo crea así- de Dios. Más prueba de que estamos bendecidos, imposible.
Hace un rato Sonia me llamó para comentarme lo linda que se veía la Sabrina con su cintillo y sus areticos, y que a Fide se le aguaron los ojos de ver cuán perfecta y bella era la nueva criaturita. Y se notaba el tremendo orgullo de la madre por haber traído a este escabroso tránsito vital a tan frágil personita, que hoy cuenta con nuestra devoción, mañana será nuestro orgullo y pasado mañana será quien nos mantenga vivos en sus recuerdos, como cada uno de nosotros hacemos con todos quienes nos han amado.
Problemas siempre tendremos, complicaciones que solucionar siempre habrá. Pero estamos vivos, con aceptable salud, con ganas de solucionar cuanto se nos presente y –sobre todo- con la capacidad de disfrutar y reconocer estos milagros que nos hacen sentir cuán dichosos somos de poder hacerlo. Así que lo lamento por quienes gustan de llorar: este es un momento de felicidad. Complicado, estresante, pero feliz.
Gracias Rosy, por regalarnos a una maravillosa persona como Arielito. Gracias Sonita, por traernos a Sammy y ahora a Sabrina. ¿Se puede pedir más que estas tres bendiciones?