...uno, el macho dominante con cara de recio y actitud de quien acostumbra a perdonar solo de cuando en cuando. Con mano izquierda grande y segura para crear el centro de gravedad de la pareja y con mano derecha aún más grande y mucho más segura para guiar atrayendo o alejando a la mujer. El pelo va engominado y brilloso como corresponde al animal que se está luciendo y los pantalones son de batahola para dar rienda suelta a los movimientos de las piernas que a veces son soporte, otras pivote y con frecuencia parte del juego de entrecruzado con las de ella. El cuerpo siempre erguido, sostén que es de las acrobacias de ambos. La mirada directa a los ojos de ella, imponiendo su ego, aplastando con su masculinidad.
La otra, la mujer sensual con cara de hipnotizada y actitud de quien acostumbra a lidiar con tipos duros. Se deja llevar pero es más hábil que su compañero, con quien juega el irresistible juego de la seducción. El pelo recogido, las unas larguísimas y brillantes como gran dama que es, el vestido estrecho arriba para provocar y abierto abajo para permitir las rápidas extensiones de las largas piernas que con extrema malicia se enroscan una y otra vez en la pierna de él.
Ahora solo falta la música, que debe ser dramática y teatral para que permita a cada quien actuar su papel. El bandoneón es perfecto guiándola, porque bien tocado es capaz de transmitir la profundidad de los sentimientos que están expresando con sus movimientos los bailarines y si es magistralmente tocado entonces es capaz de llorar. Otro bandoneón haciendo la segunda, un par de violines para el contrapunteo, el bajo y el piano para llevar el ritmo.
Y uno, que gusta del teatro y de ver la expresión de las emociones, se queda embelesado admirando algo que -por supuesto- solo se les podía haber ocurrido a los argentinos.