Toda la fama que la precede a tu encuentro con este pedacito de madera tan bien protegido en el Museo del Louvre es justificada. Está ubicada en una sala de enormes dimensiones y no logras acercarte a ella más que a unos 10 metros y aun los privilegiados que pueden aproximarse más tienen una separación inviolable de la gruesa lámina de vidrio blindado que la protege.
Es apenas una muchacha, sentada en un sillón con el brazo izquierdo apoyado sobre el mueble mientras la mano derecha reposa sobre la muñeca izquierda. Esta vestida de manera sencilla, con un vestido oscuro y sin joyas. El cabello suelto, peinado al medio y recubierto por un fino velo. No tiene cejas ni pestañas. A un lado hay un paisaje de fondo que no coincide con el paisaje del otro extremo.
Pero estos detalles insignificantes conforman un conjunto de excepcional armonía donde nada es definitivo. Hay quien duda de si el modelo fue una mujer o el propio Leonardo se autorretrató. Cientos han tratado de identificar el lugar que aparece como fondo, miles han buscado explicación a la falta de vello en la cara. Millones se han preguntado si se sonríe o no. Los pintores y paisajistas desde este cuadro hasta hoy se han valido de la técnica del difuminado para lograr profundidad en sus obras. Y uno siempre llega con la duda...será que exageran, por qué tanto alboroto. Si..., será un cuadro bien pintado, pero qué más puede ofrecer? Pues la respuesta es sencilla: uno se detiene frente a ella y escucha el agua del riachuelo correr, los cuchicheos entre el artista y la modelo mientras Lisa evita sonreírse porque no es propio de una esposa decente hacerlo. Uno la ve y extiende instintivamente una mano, que va al encuentro de la que ella está sacando desde su posición para aceptar tu saludo. Y las cientos de personas a tu alrededor en una sala del Louvre desaparecen o se desvanecen, porque te has trasladado a una habitación en un palacio florentino en 1503, escondido tras una puerta y tratando de que ese acto maravilloso de creación no se interrumpa por tu imprudente presencia.
Al final me quedé con la duda de si fue bueno o malo haberla ido a ver: después de la Gioconda todos los demás retratos son intentos de imitación de esa, la Gran Obra Maestra.