Paris no es una ciudad, es un estilo de vida.
Por donde quiera que vayas, cerca o lejos de su zona más concurrida por los turistas, es un canto a la vitalidad, a la conjunción entre lo creado por la naturaleza y lo que es capaz de crear o transformar el hombre, a la armonía en las formas.
Los edificios que a lo ancho no terminan nunca te muestran que el hombre es capaz de realizar obras de grandes dimensiones sin impedir ver el cielo. Lo delicado de la combinación de colores en las flores o del diseño de los jardines alrededor o precediendo a los edificios te recuerda que la naturaleza ha sido capaz de inventar las mejores tonalidades, las mejores simetrías y las más perfectas formas
Paris es una ciudad para ser caminada a paso lento, a la velocidad que te permita disfrutar plenamente los detalles maravillosos de cada esquina, de la rectitud de sus calles, del oficio exquisito de quienes logran cintas vegetales con arboles ubicados exactamente donde deben estar. Ubicada en un lugar geográficamente perfecto de cuatro estaciones sin exageración en calores ni fríos, aprovechando las sinuosidades de un rio amplio precioso, ha sido conformada durante siglos por gente que ha priorizado el culto a la valía de la inteligencia y por eso ha sido cuna o cobija de escritores, escultores y pintores pero también de físicos, médicos, químicos y arquitectos, en fin de soñadores que han aportado ese espíritu humano y para-lo-humano que encuentras dondequiera
Nada sobra por muchos cafés que hay, ni por la abundancia de jardines, de monumentos, de fuentes, de edificios que se suceden sin espacios intermedios manzana tras manzana. No sobra una de sus catorce líneas de metro, ni uno de los trenes suburbanos ni alguno de los cientos de autobuses, todos puntuales, amplios, limpios, coordinados en sus horarios. Si acaso falta algo es tiempo para alargar el descanso en un banco al pie de un estanque o de una fuente o debajo de alguno de sus impactantes senderos arbolados, o falta dinero para tomar un café, una cerveza o un buen vino en este cafecito de esta esquina que ahora reconozco que es todavía más acogedor que aquel donde hace apenas un minuto me sentí a mis anchas creyéndome en el cielo, o falta nariz para captar los sucesivos olores de los perfumes que te llegan de esta y de aquella tienda. Falta apetito y estomago para poder probar el baguette de esta panadería y los pasteles de la de la próxima esquina, los chocolates de la tienda de aquí al lado y los pates de la del frente. Falta estado físico para caminar todo lo que se puede caminar y falta conocimiento para identificar la historia de este monumento, de aquel palacio, de aquella escultura y disfrutarlos mejor
La grandeza de Paris no está en su Torre Eiffel omnipresente, en sus jardines de Tullerias o de Luxemburgo, en las vitrinas de sus tiendas en la Plaza Vendome ni en la arquitectura imponente de Notre Dame, Les Invalides, el Grand Palais o Sacre Coeur. Esta en sus detalles en el escondido distrito 16 en la ribera derecha del Sena y cerca de Trocadero, tan ajeno a las oleadas de turistas como la periferia cercana a La Defense: aquí las calles son tan bellas y están tan bien cuidadas como en los Campos Eliseos, las fuentes son tan esplendorosas como en Versalles, los cafés son tan acogedores como en la Avenida George V. Es que eso es Paris, un estilo de vida.