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NYC quiere decir Ciudad Única

24 de Septiembre, 2009  ·  Ciudades



Única

 

En el mirador del piso 86 del Empire State Building un par de turistas españoles me pidió que les sacaca una foto, para lo cual seleccionaron como fondo la parte alta de la ciudad, incluída en ella el Parque Central. Tomé la foto y les dije que la ciudad era realmente impresionante y el muchacho me dijo que, en realidad, era única.

 

Recién comenzaba yo mi aventura de cuatro días en la que los norteamericanos llaman “la capital del mundo” e imagino que lo mismo piensan muchos de los creo que ocho millones de visitantes anuales de la ciudad, solo que yo aún no la conocía. Me fui con una guía de viaje que incluye un librito y un magnífico mapa y gracias a ellos pude caminar y encontrar lugares casi sin equivocación por una urbe simplemente atemorizante para los que gusten de lo bucólico, lo apacible o el orden perfecto, pero fantástica para los que, como yo, quisieran encontrar orden- pero no tanto-, diversidad, vida.

 

No hay nada aquí dejado al azar y creo que encontré la esencia de lo que han construído durante más de cien años las interminables olas de inmigrates: desarrollar todo lo que requiera de mucho trabajo de mucha gente para lograr una rápida y constante circulacion del dinero, que algunos denominan “consumismo” quedándose muy por debajo de la magnitud total de lo que en realidad acontece. No es de extrañar entonces que tanta gente venga al año a esta lengueta de tierra insertada entre los ríos Easter y Hudson y que salgan satisfechos de cualquiera de los servicios que hayan requerido –miles de tiendas, taxis, autobuses, cientos de cines, restaurantes, bares, decenas de estaciones del metro, parques bien cuidados, teatros, museos, galerías de arte...

 

La gente

 

Lo más sobresaliente de esta ciudad es la diversidad de gente que la repleta una cuadra tras otra caminando, en bicicletas, monopatines, carriolas y en una descomunal cantidad de autos que logran moverse de manera milagrosa entre la no menor cantidad de camiones de todo tamaño del servicio comercial y otra similar de autobuses. Pareciera que la ONU se regó por todo Manhattan, pues si de frente a ti ves a una rubia, con toda seguridad detrás de ella irá caminando – casi corriendo – un asiático, a quien sigue un árabe que precede a un negro que casi empuja a un par de judíos ortodoxos que no se fijaron en los latinos que van para allá mientras una muchachita con el pelo pintado de verde y tatuajes verdes en brazos y piernas espera la luz verde del semáforo de peatones para cruzar. Y si común es la diversidad de razas, tamaños y figuras, estupendo es comprobar que cada quien viste a su manera, se peina como quiere y se transporta en lo que más le convenga, sin que a nadie se le ocurra cuestionar lo que el respeto por la libertad de los demás simplemente no les hace ver.

 

Como en cualquier lugar encontré gente malhumorada, pero en general los neoyorkinos me parecieron amables y  acostumbrados a oir mil y una versiones del idioma inglés que ya empieza a tener la competencia del español de los varios millones de latinos que inundan la ciudad haciendo cualquier cosa, desde limpieza de calles hasta protagonismo de musicales en Broadway. Todos van apurados, ya seguros de que un empujón se remedia con un “sorry”, muchos van comiendo al paso desde un simple pretzel hasta una ensalada, o un pedazo de pizza...total, a nadie le importa!!! Hay gente para todo, pues no hubo un lugar que visitara vacío, desde el simpatiquísimo parquecito Bryant de la calle 42 hasta el Yankee Stadium, o las tiendas, el metro, el ferry…

 

La organización

 

NY es evidentemente una ciudad organizada pragmáticamente en varios sentidos. Hay una adecuada red de transporte que comunica a todas las partes de la ciudad y sus “dormitorios” de los alrededores que incluye el insuficientemente cuidado metro, ferrocarriles de larga distancia, trenes suburbanos, largos y modernos autobuses, un impecable servicio gratuito de ferries hasta las islas, el servicio especial de vans desde el centro de la ciudad y desde los principales hoteles hasta los aeropuertos...todo está preparado para que te muevas de un lugar a otro sin problemas. En las colas para los lugares turísticos logran que prácticamente estás todo el tiempo en movimiento y hasta te brindan la información acerca del tiempo que puedes demorarte en ellas.

 

La propia Manhattan pareciera dividida según un plan maestro en segmentos para dormir, para relajarse, para hacer negocios y para rumbear. Al sur, donde predominan los bancos, sigue como en franjas una parte comercial de un lado y bohemia del otro, que da paso al famosísimo centro repleto de teatros, cines, hoteles y restaurantes que acompañan los edificios de las grandes cadenas de televisión y los gigantescos centros de negocios. La próxima franja es la más familiar, con un parque central tan grande como bello, cómodo y relajante. Para cerrar, el extremo norte está de nuevo dedicado a vivienda, aunque en este caso de clases más bajas. Eso sí, todo parece estar perfectamente comunicado y accesible y no hay servicio imaginable que no pueda ser accesado cuando uno lo necesita.

 

Lo que vi

 

En cuanto llegué fui a buscar el Empire State Building porque – a quién engañar- es desde su construcción lo más relevante de la isla.

 

Impresiona este sólido rascacielos de casi setenta años con su fachada art decó y sus casi cien pisos de alto.  Lobby en granito, escalera rodante al primer piso para la cola de revisión de seguridad y compra de las entradas para el observatorio, viejos pero amplios y muy rápidos ascensores hasta el piso 80, nueva cola, ascensor hasta el piso 86 y, ahora sí, salida a un espacio ocupado por una tienda de souvenirs rodeada del célebre balcón cuadrado y dirigido a los cuatro puntos cardinales. Los autos y las personas se ven pequeñísimos, los cientos de rascacielos como luchando uno contra los otros por lograr la prominencia al lado de este coloso, la estatua de la libertad al sur, en la islita Ellis, presidiendo y custodiando la entrada al Hudson, las modernas construcciones del Lower Manhattan que acompañaron por años las Torres Gemelas, la parte sabrosa del midtown hasta el Hudson por el oeste que la separa de New Jersey y hasta el Easter por el este, después del cual están Brooklyn al sur y Queens al norte, el largo y verde Parque Central justo en medio del bohemio Upper West Side y el suntuoso Upper East Side y allá a lo lejos en el norte el casi indivisable Bronx. Una maravilla de visita y una afortunada idea la de comenzar por allí.

 

Macy´s me impresionó más por la magnitud de la edificación y las interminables ristras de ropa, joyas, muebles y de todo que hay en sus diez plantas que por su elegancia. Las escaleras rodantes con escalones de listones de madera roída por el uso de tantos años, las cafeterías y hasta ferias de comida en cada uno de los pisos y la multitud de visitantes ayudan a dar un cierto agobio al que va simplemente a husmear.

 

Caminar hasta Times Square es toda una proeza, pues esta intersección de calles constituye el epicentro de la ciudad, el lugar imprescindible que visitas o no has estado en Nueva York.  Hay una nada disimulada intención de crear una jungla publicitaria, con anuncios de proporciones descomunales, fundamentalmente de espectáculos de Broadway, que alternan con gigantescas pantallas de televisión donde llegan a presentar programas en vivo y con cintillos electrónicos que muestran en tiempo real el valor de las acciones de la bolsa. Si vales algo en el mundo de los negocios sin dudas tienes alguna forma de publicidad aquí, de manera que Coca-Cola mantiene y renueva cada cierto tiempo el más sofisticado de sus anuncios y que me dejó pasmado. Para que no queden dudas de que estás en el más comentado de los circuitos teatrales del mundo, en la punta norte de Times Square te encuentras con TKTS, la taquilla que ofrece a mitad de precio entradas vacantes de todos los teatros de Broadway. Justo allí pude comprar mi ticket para el musical “Beauty and the Beast”, que fue mi opción tras la desilusión por no conseguir entrada para “Phantom of the Opera” que a teatro lleno se presenta desde hace ya 16 años. Supe de esta maravillosa posibilidad gracias a la guía turística y la hora de fila debajo de un sol fogoso se recompensó con una entrada a un precio bien razonable que incluyó un aporte para que gente sin recursos pueda ser invitada a estos espectáculos.

 

El metro resultó más iluminado y menos sucio que lo que esperaba por culpa de las películas. De inseguridad nada, al menos en las horas de la mañana y la primera tarde en que lo utilicé. No cuenta con grandiosas instalaciones, el lujo habitual en las magníficas estaciones del centro de Moscú simplemente no existe…pero qué eficiencia, qué buena información en las taquillas y en los trenes!!! Hay como ocho o diez líneas que llevan a prácticamente cualquier lugar de Manhattan y del Bronx, alternándose el servicio con paradas en cada estación con el expreso, todos con la información por altavoces y en los cintillos electrónicos en cada vagón.

 

El ferry a Staten Island es una maravilla de eficiencia, limpieza, organización…y gratuidad. Es realmente un servicio público muy bien cuidado, con amplia capacidad, alta frecuencia de salidas y bien surtida cafetería, que aproveché para pasarle cerquita a la Estatua de la Libertad, ciertamente majestuosa aunque por debajo de mis expectativas, quizás por estar frente a la mayor aglomeración de rascacielos del mundo. Ir a la isla de la estatua hubiera significado una buena hora de cola para el ticket y la revisión de seguridad, además de la otra cola para ascender hasta el mirador. Una omisión que –a decir verdad, que me perdonen lugareños y franceses- no lamento.

 

Me dejó boquiabierto el Parque Central. Fue una visita que superó con creces lo que me han enseñado “Hair”, “Nuestros años felices” y las películas de Woody Allen. Qué espacios fabulosos, qué paz, qué limpieza, qué libertad para hacer lo que deseas mientras no molestes al prójimo! Apenas de unos 300 a 400 metros de ancho esta extensión de unos cinco kilómetros de largo alberga varias lagunas y terrenos de béisbol, al tiempo que las cómodas caminerías y circuitos para bicicletas o patines invitan al ejercicio o simplemente a sentarse en uno de sus bancos a ver distraídamente a los demás hacerlo. Escolares y pre-escolares corriendo o jugando béisbol o fútbol, adultos haciendo picnics o sobre sus toallas tomando el sol en trajes de baño, señoras paseando sus perros, músicos practicando el saxofón…un paraíso.

 

Desde el parque hacia el Hudson, al oeste, el Upper West Side bohemio y repleto de instituciones culturales con destaque especial del Lincoln Center y el conservatorio Julliard, sin dejar atrás el Museo de Historia Natural, al que no pude entrar por la excesiva cantidad de público en la cola de entrada!  Me encantó comprobar que estaba a unos pasos de la sede de las principales compañías de ballet del mundo y que entre sus estrellas destacan merecidamente Totó Carreño y Carlos Acosta. Una función que no me pierdo en la próxima visita. Recorriendo estas calles por fin logré acercarme a ese New York de las películas con sus escaleritas de acceso al primer piso de los edificios y las de acceso al sótano y sus decenas de frondosos árboles para dar esa irrepetible sensación acogedora de ciudad para vivir.

 

Mucho, mucho más elegante el Upper East Side, entre el parque central y el río Easter, con su lujosa Quinta Avenida de céspedes perfectos y majestuosos edificios con sus porteros uniformados. Robando espacio al parque el imprescindible Metropolitan Museum of Art, una de esas visitas que duran por siempre. Amplísimos salones, cada uno nombrado en homenaje a algún benefactor, con tanta belleza que casi duele: momias egipcias, esculturas y alfarería griega y romana, pintura del barroco y el renacimiento, escultura francesa e italiana, arte moderno y hasta una exposición temporal de vestidos de Chanel en tres tiempos (30s, 80s y 00s). Picasso, Manet y Monet, Cézanne, Goya, Van Gogh y – al fin – “La Jungla” de Lam, qué maravillas no vi?

 

El otro museo que visité fue el Museum of Modern Art (MoMA), en pleno centro de la ciudad y ubicado en un espléndido edificio, justo lo que sueña cualquier museo del mundo. Las largas paredes, las facilidades de la iluminación, los espacios creados para facilitar el flujo de los visitantes a pesar de todos los que quieran permanecer estudiando alguna obra en particular, hacen fácil y delicioso el recorrido entre obras de Andy Warhol, Picasso, Lietchtentein y Miró, convenientemente distribuidas en cuatro o cinco pisos. La tienda especializada tan buena como el propio museo, repleta de porquerías de dudosa utilidad, pero diseñadas con tan buen gusto que hay que echar obligatoriamente la mano al bolsillo.

 

Otro espacio que “se roba” el centro es el imponente conjunto de edificios llamado “Rockefeller Center”, compuesto por altas torres (no sé cuántas) de edificios de oficinas, la hermosa Catedral de San Patricio de sorprendentes vitrales y, en la calle 42, el Parque Bryant de no más de una cuadra de largo por dos de ancho y que me pareció una joya, con numerosos banquitos y sillas de metal para acoger a todo el que quiera tomarse un café, conversar, sacar su laptop y trabajar, o simplemente echarse en la hierba a dejar el tiempo pasar. Un verdadero oasis en medio del asfalto y el concreto, donde están pasando al aire libre películas con el tema de la ciudad cada lunes durante uno o dos meses.

 

Entre la grandiosidad de los edificios y la manía de ponerle nombre a todo me quedó como comparación lo mucho que me recordé de mis cinco años en Moscú…Claro que también aplica la famosa explicación que me diera hace cien años una muchacha australiana que conocí en Cuba y que me dijo que los norteamericanos han necesitado crear su propia “realeza” para contrastar con la de su principal “madre patria”.

 

Los espectáculos

 

País de inmigrantes, ciudad de inmigrantes…hay que buscar algo fuera de casa para entretenerse, para divertirse. El teatro puede haber tenido su primer gran momento histórico en la antigua Grecia, pero NY es un lugar donde se rinde verdadero culto a este arte. Muchos teatros, según parece uno mejor que otro, inundan el sector oeste de la calle Broadway entre la treintaypico y la cincuentaypico, presentando varios musicales y obras de teatro norteamericano o universal con tanto éxito que las puestas en escena suelen durar meses y hasta años. El anuncio de “Phantom of the Opera” no dice sino “Remember your first time”, como dando por sentado que no es posible no repetir el disfrute de tamaña producción.

 

Con la entrada de TKTS para “Beauty and the Beast” -ya en su sexto año de presentaciones- llegué justo a tiempo al teatro, pues apenas me senté el telón se abrió y comenzó un momento de par de horas mágicas. Para quien ha visto decenas de veces la película que sirvió de “pacificador” a mi sobrino por tanto tiempo, significaba una experiencia interesante averiguar la forma en que se las habían arreglado para poder llevar toda la fantasía y el ambiente de la cinta.

 

Al descubrirse el escenario ya queda claro que va a presenciarse algo memorable: el príncipe rechaza a la vieja que, convertida en preciosa princesa, se alza en el aire y pronuncia su maleficio. La escena de Belle en el pueblo cantando y pidiendo un repetido libro se resuelve mediante elegantes movimientos de las piezas del escenario que, al trasladarse de un lado a otro o girar sobre su eje convierten unos pocos metros cuadrados de tablado en una amplia y estupenda plaza de pueblito europeo. Las voces de gran calidad, apoyadas con un sistema de micrófonos que aproveché en el intermedio para averiguar: son unos pequeñísimos aparatos colocados debajo de la peluca del actor y sobre su frente y que se conectan mediante un cable con el transmisor, oculto en la ropa a la espalda, constituyendo la versión discreta de lo que hemos visto en Madonna.

 

Una tras otra las escenas se van sucediendo casi calcando la película, hasta que no queda sino toparse con los personajes encantados del castillo. La solución digna y sencilla: las cabezas de las personas están al descubierto, pero los trajes lo hacen todo, especialmente el de la señora escaparate, con puertas batientes y hasta una gaveta de donde extrae el vestido que Belle se pondrá en la cena con la Bestia. Otro detalle técnico impactante es que todos los elementos escenográficos están colocados sobre unas “alfombrillas” evidentemente teledirigidas, lo que posibilita el “desplazamiento” de los actores hacia dentro y hacia fuera de los “edificios”. La famosa escena de la cena de Belle “Be our guest” queda tan espléndida como en el filme, con gigantescas botellas de champagne espumeando al cierre.

 

Sin embargo, quedaba por ver la transformación de la Bestia en el príncipe, que resultó un alarde de sincronización y técnica. Beast está herido por la espalda por Gastón en una de las terrazas del castillo y Belle lo ayuda a entrar a la torre (la cual gira para que entonces uno pueda ver el “interior” y él no cae en el piso, sino en una especie de banco. Cuando ella confiesa su amor y cae el último pétalo de la rosa empieza a relampaguear y desde el escenario salen decenas de luces en todas direcciones (no pocas dirigidas al público). Supongo que gracias al banco, que es realmente una tabla conectada a un tubo ascensor, Beast comienza a elevarse del piso y a girar en el aire de frente a los espectadores, salen luces de sus manos, relampaguea aún más fuerte, uno apenas alcanza a ver lo solo una camisa blanca semiabrochada y un pantalón oscuro que no le llega a los tobillos de los pies descalzos…!!!es el príncipe de nuevo!!!

 

Dos horas maravillosas, de lo más excitante que haya visto en un teatro. Ah, eso sí, al salir la tiendita con mil distintos souvenirs referidos a la presentación…

 

En el puro Bronx, unos tres kilómetros encima de Parque Central, está el imponente Yankee Stadium, del que quise comprobar mil distintas cosas, que ahora puedo resumir en una frase: aquello es un centro comercial con un terreno dentro. Las entradas para un juego de inicios de temporada entre los Yankees y los Mantarrayas de Tampa Bay a la una de la tarde con un sol de treinta y tres grados cuestan entre 20 y 400!!!!!! dólares, según la ubicación. Pero eso no es sino el comienzo de la gastadera: la cerveza vale 8,50 y no te tomas una, los perros calientes 4,50 en la grada y así por el estilo. Si uno quiere entender por qué la obesidad es un problema de salud en ese país, solamente tiene que ir un día al estadio…no dejan de comer (y de gastar, por supuesto).

 

El show (que lo es) incluye pizarras para repetir jugadas, para saber qué tipo de lanzamiento y a qué velocidad hizo el pitcher, cuántos lanzamientos lleva, preguntas de la historia del béisbol y, SOBRE TODO, los ojos claros de Jeter y Alex Rodríguez para mantener ilusionadas a las miles y miles de fanáticas que enloquecen cada vez que estos “galanes” van a la caja de bateo o hacen alguna jugada. Para cada jugador hay una frase en algunas de las pizarras, que en ocasiones animan al público a aplaudir o a gritar, para cada estrella hay un “jingle”, en las decenas de tienditas y kioscos hay camisas de peloteros con los nombres y números de sus favoritos, o incluso pullovers rosados para las damas o las niñas, en los pasillos interiores hay televisores para mantener al público enterado, las pelotas de foul y del tercer out se lanzan al público…todo preparado para que vayas al estadio sin extrañar la comodidad de los comentarios, o la información, o las chucherías de la casa. 

 

Ciudad única

 

No hay otra forma de referirse a ella. Caminar por las calles atestadas de Times Square o al lado de los elegantes edificios de la Quinta Avenida, sentarse simplemente en un banco en Parque Central, no son acciones que se puedan aislar de la sensación de que estás haciendo algo importante.

 

Es que no todos los días se está en el escenario más grande del mundo!

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publicado por lobelloesvida a las 08:51 · 1 Comentario  ·  Recomendar
 
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Comentarios (1) ·  Enviar comentario
Bueno!!!!
publicado por Carmen María, el 30.10.2009 12:50
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