El viaje fue todo un éxito: hasta lo "malo" fue bueno.
Primero lo bueno: Cartagena está en el Caribe colombiano, geográfica y políticamente alejada de los conflictos internos del país. Su gente combina la amabilidad y servicialidad que uno da por sentado en el vecino país con el sabor que trae el Caribe y nos asombró la sensación de seguridad, de calma y de falta de estrés que encontramos allí (no se celebra Carnaval en esa ciudad hasta noviembre).
Nos movimos entre los sectores turístico y ciudad amurallada y la verdad es que están muy bien, mejor que mis expectativas: en la zona turística muchos y buenos hoteles de avanzadísima arquitectura, varios restaurantes, casinos y tiendas, en la ciudad amurallada todo está preparado para los turistas, la restauración de los edificios es de notable calidad y la iluminación teatral hace la visita en las noche un momento muy agradable. Los precios de la comida y la ropa bajos, los
electrodomésticos también, los taxis regalados.
No hopedamos en el hotel Hilton, que es una maravilla de buen servicio y trato amabilísimo, con instalaciones excelentes y perfectamente cuidadas. Los desayunos en mesa buffet estaban incluídos en el paquete y estuvieron bien. En el complejo de piscinas había un tobogán del que me lancé no menos de 50 veces en estos días. La playa aledaña bastante mansa, aunque de arena oscura que no me invitó a bañarme...
Hicimos una excursión en yate rápido hasta las llamadas "Islas del Rosario", donde nos bañamos en piscinas naturales, visitamos un acuario con espectáculos de tiburones y de delfines muy agradables y almorzamos pescado frito con el infaltable arroz con coco. En la ciudad amurallada hicimos un recorrido en coche tirado por caballos con cochero-guía muy simpático, nos sentamos en varios restaurancitos y barcitos y por supuesto visitamos varias de las tienditas, abiertas hasta las 9 o las 10 de la noche.
En ningún momento nos sentimos inseguros, todo lo contrario: quienes se acercaban a ofrecer algo (bastante artesanía y copias de mercancía de marca) lo hacían con insistencia pero respetuosamente, no vimos rejas ni muros y la gente se movía con despreocupación y sin tensión.
De lo "malo": como el continuo del vuelo a la ida y al regreso demoraba cinco horas nos dio tiempo a visitar en ambas ocasiones a Bogotá, aprovechando mis recuerdos de las dos veces que había estado allí, así que de ida fuimos al famoso parque de la calle 93, que abarca una manzana y está rodeado de cafecitos, restaurantes y discotecas y caminamos por la muy comercial "zona rosa" y de regreso estuvimos en uno de los más bonito CC, el Salitre Plaza.
En cinco días aprovechamos para descanso físico y relajación mental. ¡Qué más pedir!