A apenas unos metros de la que fuera la Plaza del Mercado y ahora es la Gran Plaza de Bruselas y endosada a la archiconcurrida Rue des Bouchers hay una callecita ciega cuya atracción es innegable, provocada por su peculiar Delirium Café.
Lo famoso es que cuenta con el récord Guiness por ofrecer en su local nada menos que 2004 cervezas distintas, de hasta 60 países de todos los continentes.
Lo sabroso es entrar y sentarse en el bar, o a alguna de sus bien dispuestas mesas o alrededor de los barriles que prefieren los más informales.
Lo curioso es hojear el interminable libro con todo lo que se ofrece y las características de una buena parte de las cervezas del país o asomarse a la cava de botellas, cuidadosamente ordenadas, o comprobar que aún algunas tienen tapa de presion con corcho y metal o descubrir que hay botellas que se destapan de idéntica forma al champagne y cervezas cuyas burbujas son tan regulares, pequeñas y constantes que ya le envidiarían las más famosas bodegas de espumantes.
Pero lo realmente extraordinario es comprobar que un local así puede ser atendido durante las horas del mediodía por apenas un muchacho que convierte su oficio en algo digno de admiración. Cada cerveza tiene una historia (y él conoce muchas), cada una tiene su copa, su temperatura para servirse y su forma de destapar y él lo hace con naturalidad extrema. Para quienes preguntan o simplemente dudan de la ligereza o el cuerpo de una cerveza hay una copita para probar. Cada cerveza se sirve en copa lavada y recién remojada delante de tus ojos, creando la espuma precisa para que no falte líquido pero siga viéndose como lo que es, una cerveza. No hay show de lanzamiento de botellas por al aire y no se sirve desde detrás de la cabeza como la sidra en Asturias, pero hay la destreza y la certeza en saber lo que se está haciendo
Claro que a uno se le van los ojos descubriendo las marcas de cerveza en las cientos de bandejas pegadas al techo o encontrando el país de procedencia de las decenas de billetes en las paredes y en el bar, o admirando las copas de tan distinta forma y tamaño que se exhiben al entrar y hacia el lado de las mesas, pero igual uno tiene que regresar una y otra vez a deleitarse con la acción de alguien que logra que tú, que (ya) no eres cervecero, pidas un par de birras allá en un lugar encantador medio escondido en el centro de la capital belga, Delirium Café.