Como todos los jueves, única vez en la semana en que Rosy y Sonia coinciden en dia libre, desde temprano nos preguntamos a donde iremos y-ya es costumbre- no llegamos a ninguna conclusión sino hasta las 9 de la noche, en que la primera opción sobre la que se hable es la que adopta como destino. Una vez mas ganó el Bowling de la Calle 40, un establecimiento de como 50 pistas muy bien montado y, aunque no tan “sifrino” (ni caro) como el del Dolphin Mall esta muy- pero- muy- bien y queda supuestamente “cerquita” de la casa, lo que quiere decir que mas o menos en 40-45 minutos uno llega allá...nada, complicaciones de vivir en “Artemisa”, como diría Daniuska y que traducido a la realidad caraqueña seria como vivir en La Unión con respecto a Los Chorros.
Sin embargo, eso es lo mas sencillo, pues luego viene la parte logística de en cuántos carros vamos a ir y, por supuesto, cuándo llegamos. A los efectos del relato, supongamos que ya estamos todos allá, que hicimos la cola, pagamos y nos fuimos a poner los zapatos de jugar (jajaja, que mentiroso soy, pareciera que eso es algo rápido....) y que estamos listos para empezar (no, ya estoy exagerando!). En realidad me estoy olvidando de mencionar que Sammy y Sabrina están obligados por la Constitución de los Estados Unidos a recorrer y revisar detalladamente CADA UNO de los rincones del amplio local, especialmente la nada despreciable sala de juegos anexa a las pistas de juego, y solo después de las consabidas consignas de “niiiiiiiiiiñoooos, vengan para acáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!” los ánimos se vuelven a unir a los cuerpos y podemos comenzar.
Bueno, tampoco debería olvidar todo lo relacionado con los comestibles y bebestibles: todo el mundo quiere pagar, tenemos una nada extraña preferencia por la super-jarra de cerveza americana (cerveza?) y las consabidas quesadillas y nachos y quizás pizzas, cumpliendo rigurosa dieta de carbohidratos y grasas extra-saturadas (who cares?, anyway). Llega la primera jarra y la repartimos mas rápido que las monjitas reparten comida en albergues, aunque nunca a la velocidad de la luz, o sea, la velocidad en que desaparecen los slices de pizza o las quesadillas que es como si tuvieran alas y los nachos con el queso derretido para “mojar” que van a la Formula 1. Como los vasos son igualitos, pues terminamos bebiéndonos la cerveza de cualquiera, en una exquisita transmisión de baba que mejor no decirle a Sanidad. Todo este festival gastronómico comienza cinco minutos después de llegar y termina…bueno, saliendo al terminar de jugar.
Jugar? Uy, claro, si iba a hablar de bowling!. Bueno será otro dia…
(NOTA IMPRESCINDIBLE: AYER HICE 116, que no es record mundial, pero para mi es como un campeonato olímpico)